Regalos

Un día te obsequian con una caja enorme, primorosamente envuelta con papel de oro y lazos de colores brillantes. Te da pena abrirla. Disfrutas un rato de los destellos que se reflejan en esa envoltura. Casi parece una obra de arte, modelada por manos celestiales. Los pliegues del papel parecen haber sido calculados por un matemático por su pulcra simetría. La simple visión de esta caja te produce paz y alegría.

Llega el momento clave. Piensas que algo magnífico tiene que esconderse dentro de una fachada tan maravillosa. Rasgas el papel despacito, casi con miedo al principio. Luego ya sin vacilaciones. El interior queda al descubierto.

Y…te sientes objeto de una broma. No hay nada. Una simple estructura en forma de cubo que solamente servía para apoyar el envoltorio. Una estructura hueca, sin destellos, ni colores. Su visión te produce tan sólo decepción al principio, e indiferencia después.

Miras el envoltorio, ahora arrugado y tirado en un rincón. Como la cáscara de una nuez podrida. Como lo que verdaderamente era desde un principio. Un envoltorio que cubría la nada. Te sientes engañad@, estafad@, ningunead@.

Pero aún así te sigues dejando impresionar más por los envoltorios que por las esencias. Incluso tú mism@ te envuelves en decorados ficticios sin preocuparte por lo que en verdad eres. Buscando la aprobación ajena más que la propia.

¿Por qué a los humanos nos gusta rodearlo todo de envoltorios?

La imperiosa necesidad de impresionar. De gustar a los demás. De resultar apolíneos, apocalípticos, inolvidables. De rellenar grietas y vacíos de cara a la galería. De resultar vistosos a ojos ajenos. De barrer la mierda debajo de la cama.

En la era de la apariencia y el ya consabido postureo la mayoría se siguen preocupando de su envoltorio. Vida perfecta en las redes sociales. Ropa y complementos de marca. Todo tipo de ingenios tecnológicos en las manos, siempre el último modelo, por supuesto. Lo mismo que la casa, el coche y las vacaciones en algún exótico lugar desconocido.

Pero a la hora de la verdad, cuando es preciso quitarse los envoltorios, nadie o casi nadie es feliz. La sensación de insatisfacción y vacío no se va. Las grietas siguen estando, y además comienzan a rezumar vapores nauseabundos a medida que el tiempo pasa.

Algún día, las personas aprenderán (tengo la fe), que lo que es preciso mantener en perfectas condiciones es nuestra alma, nuestro interior, aquello que el papel esconde. Que un envoltorio precioso tiene que cubrir un regalo a la altura, y no un cubo hueco que sólo sirva para darle forma al papel y los lazos.

 

(Imagen tomada de pixabay.com)

Publicados
Categorizadas como Opinión

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

2 comentarios

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: