El MIR, la suerte, la gente

Llevo ya casi mes y medio inmersa en la preparación del examen MIR. Esa temida Prueba del Valor (una de tantas) a la que tenemos que enfrentarnos todos los médicos en España, esa que nos otorgará el derecho a disfrutar de una plaza en un hospital para seguir formándonos. Mucho se habla de la dureza de este reto, de los desvelos por los que hay que pasar en tan largos meses, de los madrugones, de los nervios, de la necesidad (obligación) de ir mejorando día a día en tu preparación, de los pocos ratos de ocio, de las ausencias en eventos que ya nunca más vas a poder recuperar…

La vida deja de ser espontánea, las cosas dejan de pasar porque sí y todo se reduce a números: Número de netas, número de páginas, número de folios, número de tablas y esquemas, número de horas de sueño, número de bostezos, número de cafés, número de horas sentada en la silla, número de horas de estudio realmente productivo, número de minutos que quedan hasta ponerte otra vez después de comer, número de vueltas, número de asignaturas estudiadas, número del simulacro, número de plazas que este año saca el Ministerio…

El otro día, en uno de mis ratos de descanso (que también los hay, por supuesto) me di cuenta de lo fácil que es perder la perspectiva cuando todo se vive de una forma tan encorsetada y programada. Creo que ese es uno de los principales peligros de estos meses, y por el que mucha gente acaba un poquito majareta. Aunque tengas un objetivo, ya no sabes por qué estás luchando. Ni siquiera sabes si eso que anhelas existe en verdad o es fruto de la idealización. Como dice mi padre: “los árboles no te dejan ver el bosque”.

Después de estudiar las primeras cinco asignaturas, pensé en la cantidad de patologías que ya había tenido el placer de conocer. ¡Cinco asignaturas de veintidós, y ya tengo la cabeza repleta de cientos de enfermedades! Algo dentro de mí gritó: ¡ya basta! ¡ya es suficiente! Pero no por mi salud mental (que también), sino por la salud de todas las personas que tienen la desgracia de padecer todas esas enfermedades. Realmente, aunque parezca una cosa de Perogrullo, la salud es una suerte inmensa, un milagro, una carambola, unos Euromillones con cinco números y dos estrellas acertadas. Con la cantidad de cosas que pueden ir mal, me di cuenta de que tengo una suerte impresionante. Por tener unos ojos que (más o menos) ven, que no tienen retinosis pigmentaria o retinoblastoma. Por tener un sistema nervioso que manda todas las órdenes correctas a mis músculos, que no tiene ni exceso ni defecto de dopamina u otros neurotransmisores. Por tener unos músculos que responden. Por tener un aparato digestivo que digiere todo lo que le echo sin quejarse en forma de pirosis, esteatorrea ni cólicos biliares. Por no haberme roto ningún hueso aún. Por no haber nacido con celiaquía, rubeóla congénita o síndrome de Rett. En definitiva, por que todo funcione, cuando está más que claro que podría no ser así.

Luego también pensé que cada párrafo de los manuales es una pequeña historia sobre la gente.

Gente conocida y otra tanta por conocer.

Gente como Manuela, que vive con su síndrome metabólico, con su prótesis de rodilla y con su recién diagnosticada angina de esfuerzo. Sus días pasan entre el tedio de vaciar y rellenar un pastillero inmenso y el cuidado de su nieta de tres añitos. Las pastillas le ayudan, pero ninguna es tan eficaz como la energía que le aporta esta pequeña criatura. Aún no existe antidepresivo que iguale el efecto serotoninérgico de su mirada maravillada descubriendo el mundo.

O como Alfredo y Elena, cuya vida se ha convertido en una espera interminable. Llevan diez años esperando a su hijo, que ha perdido la capacidad de moverse y de comunicarse después de un accidente de tráfico. Los días, los meses, los neurólogos y los fisioterapeutas pasan y nada o casi nada cambia. Pero ellos están seguros de que su Miguel volverá.

Gente que se pelea en los consultorios de los pueblos por coger el primer número para ser atendidos. Porque el problema más importante siempre es el propio. Nicolás no entiende por qué su vecina Lorena no le deja pasar antes a él, que se ha caído de la escalera mientras cambiaba una bombilla del salón y tiene un pie doblado e hinchado, si ella parece encontrarse bien. La respuesta es sencilla: Lorena se encuentra bien de cara a la galería, pero por dentro se siente rota después de perder a su perro, su más fiel amigo desde hace quince años. Y necesita urgentemente que su médico la escuche, porque el resto de la gente lo único que le dice es: “era sólo un perro”.

Gente como Pepe, que poco a poco se acostumbra a vivir con su colostomía, la cual le genera sentimientos opuestos: por un lado le parece nauseabunda, por otro sabe que de no ser por ella, muy probablemente el cáncer le hubiera ganado la batalla.

Gente, en definitiva, que los manuales resumen en forma de: “Tema 25: Traumatismos torácicos”. “Subtema 11.8: Degeneraciones retinianas”…

Supongo que nos pasará a muchos, pero yo no sé si seré capaz de sacar el MIR a la primera. Ni siquiera sé aún a qué especialidad me gustaría dedicarme. No tengo ni idea de lo que me depara el futuro.

Pero lo que sí sé es que todo es cuestión de perspectiva. Que tengo una suerte inmensa. Y que ese momento en el que los manuales se conviertan en gente, seguro que valdrá la pena.

(Las personas aquí mencionadas son ficticias. Pero bien podrían estar escondidas en cualquier consultorio, hospital o residencia de ancianos).

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Categorizadas como Opinión

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

3 comentarios

  1. la gente escribe en sus blogs sobre cosas a veces tan estúpidas, que al leer tu entrada no puede uno por menos que quedarse impresionado por lo que escribes, por cómo lo dices y por cómo lo sientes… Todos los que nutrís las facultades de medicina siempre sois los mejores expedientes académicos, lo que en principio garantiza que técnicamente seréis los mejores también… Sin embargo, ya no estoy tan seguro de que la calidad técnica y la calidad humana vayan de la mano en todos los casos. Al leer tu escrito yo he detectado ambas cosas en ti, por lo que te felicito y y nos felicitaremos también los ciudadanos si tenemos la gran suerte de tenerte muy pronto entre los médicos que necesitamos. Sé lo duras que son unas oposiciones. ¡Mucho ánimo, confianza y fe! ¡Lo mereces!

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