A ti, que sin ser nada, fuiste todo

Salamanca, 1 de diciembre de 2016

Mi querido tú:

Parece que fue ayer cuando todo estaba por hacer, cuando todo era posible aún.

Y aunque hoy todo ha dejado de existir, por mucho que te empeñes en demostrar lo contrario, esta tarde una simple ráfaga de viento que ha cerrado de golpe la puerta de la casa me ha hecho recordarte, aún cuando nunca te he olvidado, inocente de mí.

Porque tú, mi querido tú, siempre dejabas la puerta abierta después de irte. Y yo, tu (creo que) querida yo, como de costumbre, me quedaba dando vueltas en la cama vacía, y en mi cabeza daba vueltas el mismo pensamiento: ¿Por qué habías tenido que irte otra vez? Nunca encontré la respuesta, intentaba entrever tan siquiera una pincelada de tu motivación mientras el café inundaba con su aroma la oscura cocina y los niños jugaban abajo en la calle, ruidosos como el estruendo del vacío que dejabas en mí.

Trataba de apaciguar mi desasosiego caminando kilómetros por las calles de siempre, al mismo tiempo que me alejaba de mí y me mimetizaba con la gente, al hacerme invisible en ese maremágnum de existencias desvirtuadas. Había un punto del paseo en que empezaba a ocurrir de nuevo, sentía tu presencia cada vez más cerca, y era curioso, porque en el momento en que empezaba a sentirla, al poco rato doblabas casualmente la esquina y aparecías con tu sonrisa, como si nada hubiera pasado, como si el reloj se hubiera detenido en el minuto exacto en que cruzaste el umbral.

Y entonces lo entendía, ese encuentro era de todo menos casual, si aparecías, si dejabas la puerta abierta al marcharte, es porque en el fondo lo hacías pensando volver, porque detrás de todos tus miedos y todos tus nunca más, prevalecía esa fuerza inexplicable.

Pero al día siguiente de nuevo, la puerta abierta, la cama vacía, la misma pregunta, la certeza de que ya no me hacía falta responder.

El juego al que nunca nos cansábamos de jugar.

Fuiste el vacío más bonito que llenó mis noches, a pesar de todo.

Tuya, aún sin quererlo:

Tu (creo que) querida yo.

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

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