Despertar

(…)

Después de caminar en su búsqueda un buen rato, me detuve en un lugar donde las luces del pueblo ya no llegaban. El bullicio de la verbena nocturna se oía lejano, y se mezclaba con la canción campestre de las noches veraniegas. Era curioso el remix, ecos de bachata con acordes de grillos. Soplaba una suave brisa y las estrellas brillaban, era increíble la limpieza de aquel cielo de junio. Quise quedarme ahí para siempre, la paz que se respiraba hacía factible creer que no existía dolor en el mundo. Pero desistí de mi idea y emprendí el regreso. Sólo llevaba unos metros de camino cuando vi cómo se iluminaba un cigarro en medio de la oscuridad. Ahí estaba. Me acerqué a él. Estaba tumbado en el suelo, contemplando el espectáculo de meteoros que se desplegaba ante nuestros ojos.

-¿Qué haces aquí?- le pregunté, y me sentí idiota. No sé por qué me siento idiota cada vez que hablo con él, yo, la segura, la inquebrantable.

-Buena pregunta. ¿Y tú?- me respondió, con una sonrisa melancólica.

-Hace tiempo que noto que estás distinto. Haces las cosas como por inercia, te ríes, vienes a las fiestas, finges que todo es normal, pero sé que no es así. Te conozco desde hace poco, pero lo suficiente como para darme cuenta de que algo te corroe por dentro.

Dio una larga calada a su cigarro y me lo ofreció. Le dije que no con un gesto. Me tumbé a su lado. La noche era preciosa.

Estuvimos en silencio varios minutos. El ambiente invitaba a la reflexión, a la unión, a la apertura de puertas más profundas de uno mismo. Creo que él también lo sentía, y de repente, empezó a hablar.

-La verdad es que últimamente, puede ser que debido a esta vida/no vida que hemos vivido con la preparación de los últimos exámenes, con lo de Estela…me ha dado por retrotraerme a épocas pasadas. Más concretamente, a mi adolescencia, sin recordarla con nostalgia, o sí, no sé. Es cierto que estoy un poco harto de esta cotidianidad que a veces se me hace asfixiante, esa sensación de que nada es nuevo, de que nada emocionante ocurre.

-Es curioso, porque me pasa igual- respondí, y no lo hice por complacencia, sino porque era verdad.

-Con los años, muchos sucesos se van olvidando, pero lo que perdura para siempre son las sensaciones. Eso es lo que echo en falta.

-Explícate- le dije, tratando de entenderle.

-Echo en falta esa sensación de que todo era nuevo, aunque llevases años viviendo en el mismo barrio, aunque la piscina de tus veranos siempre fuese la misma, aunque los escenarios no cambiasen demasiado, no sé, es verdad que eso no cambiaba, pero el que cambiabas eras tú.

-Más que cambiar, que también, yo creo que la palabra apropiada es despertar. El despertar a la vida. Creo que eso es lo que echas de menos. A mí también me pasa.

-Sí. De repente te dabas cuenta de que estabas en este mundo, de que eran millones las cosas por hacer, de que dentro de ti había un potencial enorme. No tenías ni idea de cómo funcionaba nada, pero curiosamente te creías invencible, todos estaban equivocados menos tú. De repente escuchabas la música de otra manera, porque ya no sólo eran canciones, eran lo que significaban, eran la persona a la que te recordaban, eran el lugar donde las escuchaste por primera vez. De repente eras consciente de que había muchas otras personas, más allá de tu familia, que te podían querer y a las que querías con todo tu ser. Cada mañana te despertabas con la sensación de que la vida era una caja de sorpresas y te levantabas con unas ganas tremendas de saber cuál iba a ser la sorpresa de hoy. Darme cuenta de todo esto, fue una de las mejores sensaciones que he vivido. Siento que, a medida que pasan los años, cada vez es más difícil volver a sentir algo así. Y no sé si es algo que me alegra o me jode, Helena.

Tiró la colilla, que cayó unos metros más lejos, emitiendo un pequeño destello antes de apagarse.

-Yo lo que más echo de menos es quizá la alegría. Porque sí, es cierto, ahora también somos felices, también nos reímos, a pesar de los días malos, lo pasamos bien. Pero, si te das cuenta, aquella capacidad de reírnos de estupideces la hemos perdido. Ahora somos “más adultos, más serios, más sabios y molamos más”, y nos reímos de cosas “más inteligentes”. Más encorsetados, diría yo. Nos importa demasiado no desentonar, no ser diferentes, estar siempre dentro de los cánones. Hemos perdido espontaneidad.

-Es verdad, también recuerdo con añoranza esas risas constantes, esa “tontería de la semana”.

Permanecimos otro rato en silencio. Pensando. Sentí que nunca había conectado tanto con alguien, que nadie anteriormente había hablado en el mismo idioma que yo. Me di cuenta de que, de alguna manera, aquellas sensaciones de la adolescencia podían volver a vivirse a su lado.

-La pregunta ahora es- dijo- ¿cómo vivir el resto de tu vida como si todo fuese un descubrimiento constante? Porque me niego a aceptar que aquella adrenalina sólo pueda sentirse una vez.

-No lo sé. Dedico mucho tiempo a intentar responder esa pregunta, la verdad. A veces pienso que la gente está equivocada, porque creen que todo se puede encontrar en una noche de fiesta, mírales, ahí les tienes a todos, en la verbena sin saber que se están perdiendo este cielo.

Las estrellas seguían titilando, como si sonriesen al escuchar mi aseveración.

-Puede que mirar el cielo en las noches de verano sea un buen punto de partida- dijo, riendo.

(…)

Publicados
Categorizadas como Historias

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

2 comentarios

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: