Por fin había llegado diciembre.
Y aquella gotita de agua despertó en la misma nube en la que había caído dormida la noche anterior, acompañada de miles de sus hermanas transparentes.
Aparentemente, nada había cambiado.
Pero un rápido vistazo a su alrededor le confirmó que aquella sensación de extrañeza que invadía su corporeidad no era fruto de un sueño.
Su cuerpo, al igual que el de sus hermanas, había dejado de tener formas regulares y se había transformado en una sustancia cristalina, que refulgía con cientos de destellos serpenteantes al contacto con los rayos mortecinos del sol de la mañana. Cada una de sus hermanas tenía una estructura única, pero todas eran igualmente brillantes e inmaculadas. El panorama en la nube que les servía de hogar era de una belleza sublime.
Entonces, preguntó a una de sus hermanas mayores qué era lo que había ocurrido.
-Ha llegado el invierno. El frío que lo caracteriza hace que nos transformemos en estos cristales que ahora somos.
La pequeña gotita, al conocer esto, deseó con todas sus fuerzas que nunca terminara el invierno.
Había sido él quién le había dotado de su nueva e hipnótica hermosura.
¿Cual será el secreto por el que la nieve siempre gusta a cualquier edad? No me extraña que la gota esté tan contenta. Un abrazo.
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Creo que tiene que ver con que nos evoca sensaciones relacionadas con la infancia, cuando todo era sencillo, cuando estábamos protegidos, cuando daba igual el frío que hicese, porque siempre podíamos regresar al calor del hogar y al amparo parental.
Gracias por leer y por tu feedback. Feliz domingo 🙂
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Verla caer desde detrás de los cristales es un espectáculo hipnótico. Es un bello cuento. Un abrazo.
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Gracias Carlos. Saludos!!
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