Nueva vida, nuevo cuadro

De todas las sensaciones que puede experimentar el ser humano, esta es quizá una de las más inquietantes.

Observar cómo todo lo que ha conformado tu existencia durante los últimos años, y que parece ignorar lo que los próximos días van a tener la desfachatez de hacer, está a punto de mudarse al territorio del recuerdo.

Estar sentada en el escritorio de siempre, tras los cristales el mismo paisaje. La misma taza de desayuno y el mismo cuchillo que no corta y que nadie se molestó en llevar a afilar. Toda la porquería de los cajones en la posición exacta en la que la dejaste por última vez. Planes parecidos, con los amigos de toda la vida y con los más recientes, pero que después de este viaje ya son un poco más para siempre. Las canciones que ya te sabes de memoria y que continúas tarareando con los auriculares puestos mientras te pierdes en tus pensamientos. La familia y sus claroscuros.

Al parecer nada ha cambiado por aquí. Pero sólo es un espejismo, porque todo será diferente a partir de ahora. De todo lo anterior, esto son sólo los últimos coletazos.

Sigue habiendo mucha soledad en las calles abarrotadas, la gente camina con presteza buscando su destino, todos queremos algo grande, algo especial, algo que nos alivie de la monotonía de los años siempre iguales (y a la vez diferentes), de la incertidumbre de la guerra, de la tiranía de la injusticia. Algunos lo encuentran, o lo encontramos, y le ponemos nombre, esa manía humana de nominalizar todo, suerte, azar, esfuerzo, virtuosismo, pasión… Cada uno nombra sus vaivenes con el sustantivo que cree que los representa mejor, sin saber que quizá, denominar cada giro y cada nueva etapa con una sola palabra se queda un poco escueto, porque todo es más complejo, no hay blancos ni negros, la gama de colores intermedios es infinita, a lo mejor la verdadera grandeza es amar toda la paleta y saber con qué pincel comenzar a pintar cada lienzo en blanco que aparezca en el camino.

(Imagen tomada de pixabay.com)