Melodía (IV)

(…)

Cuando Juan entró en casa, Enrique, su compañero de piso, dormitaba en el sofá con los pies encima de la mesa. Los restos de la cena reposaban sobre la mesa, y el volumen de la televisión impedía escuchar el sonido de la lluvia que caía fuera, golpeando la ventana.

– Tío, podrías molestarte en recoger las cosas. Cada vez que vuelvo de algún viaje, tienes esto hecho una pocilga- dijo Juan, por todo saludo.

Enrique se despertó, sobresaltado.

– Por fin ha llegado mi asistenta- contestó, con una sonrisa maliciosa- ¿Qué tal tu fin de semana en ese pueblo de abuelos?

– Ha sido interesante. Para ser la primera vez que salgo con esta banda, el concierto ha salido razonablemente bien.

– Pero bueno, a lo que importa. ¿Ha habido sexo o no ha habido?

– Siempre estás pensando en lo mismo. No todos somos tan básicos. Podrías preguntarme otras cosas, como por ejemplo, qué tal he comido o si he salido de copas después de tocar.

– Si lo dices, he de presuponer que es porque lo has hecho, y por tanto ya no tiene interés que me cuentes eso- rió Enrique- Venga, va, no seas tan correcto. Yo te reconozco, sin avergonzarme ni un poco, que he pasado un fin de semana de lo más productivo con Ainhoa.

– ¿Qué ha pasado con Celia? ¿Ya no estás con ella?- dijo Juan, percatándose acto seguido de lo ingenuo que estaba siendo al preguntar esto.

– Celia me estaba agobiando. Decía que quería formalizar nuestra relación, ya sabes, que fuéramos novios. Se estaba emocionando demasiado. Y he decidido poner un poco de distancia entre nosotros. Al menos una temporada, hasta que se relaje.

– ¿Cuándo vas a dejar de tratar a las mujeres como si fueran basura y a buscar un compromiso serio?- preguntó Juan, con cierto enojo en su tono de voz

– Cuando tú te eches novia y podamos hacer planes de parejitas los cuatro- respondió Enrique, riéndose.

– Pues para tu información, decirte que creo que he conocido a alguien que merece la pena en ese pueblo de abuelos, como tú lo llamas. Espero que esto sí te parezca interesante.

Enrique miró a Juan con una expresión entre incrédula y divertida.

– Estás de broma, ¿no?

– No.

– Cuéntame los detalles.

Acto seguido, Juan le relató el incidente con el café, cómo Minerva había sido la primera persona que se había interesado por su quemadura, cómo habían caminado juntos al único hotel del pueblo, en el que ambos estaban hospedados, y cómo habían quedado para despedirse cuando él regresó a la ciudad con sus compañeros de la banda.

Todo esto pareció no interesar a Enrique, quien insistió:

-Pero bueno, ¿y estando en el mismo hotel, no dormisteis juntos? ¿la chica es guapa?

– Eres incorregible, tío. No, no dormimos juntos. Sólo conversamos. Y sí, la chica es guapa. Más que guapa, es misteriosa. Tiene una mirada triste, aunque se esté riendo. Y no habla de cosas convencionales. Creo que siente la música como algo íntimo, como si conectara con lo más profundo de su persona. Ojalá yo viviera tan intensamente la interpretación. Todo me sería mucho más fácil. También hace cosas inusuales, le gusta mirar las estrellas. Y me contagió su entusiasmo. Hacía mucho tiempo que no me fijaba en las estrellas de noche. Verlas de verdad, ya sabes. No verlas y darlas por hecho como hacemos siempre con todo. Ella no ve, ella siente. No sé. Es rara. Y eso me encanta.

– Colega, qué empalagoso eres- dijo Enrique, con una sonora carcajada.

Pero Juan no contestó. Se había quedado ensimismado, con sus pensamientos. El reloj de la cercana catedral dio las 12, medianoche. Había dejado de llover.

(…)

(Imagen tomada de pixabay.com)

Publicados
Categorizadas como Historias

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

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