La puerta se cerró tras él.
La miraba con ojos encendidos de lujuria, sintió calor, de repente la sábana que la cubría le pesaba toneladas y la apartó de un manotazo. Él interpretó ese gesto como una invitación a proseguir, e invadió su espacio en el colchón, que ahora era suyo también.
Su boca recibió la de él, caliente y húmeda, y sus lenguas se entrelazaron al ritmo creciente de las respiraciones, ella se sentía cada vez más abierta, él cada vez más infinito, y ambos cada vez más lejos de aquella habitación donde brillaba la tenue luz de la lámpara.
Y de pronto, todo explotó, ya no había nada, sólo piel y abrazos, humedad, mentes divagando, mentes impacientes, mentes que se amaban, cuerpos que gritaban y viajes que empezaban sin salir de aquel cuarto de hotel de carretera.
(Imagen tomada de pixabay.com)