Eran las ocho menos dos minutos. Un día más, se le había hecho tarde, y el autobús estaba parado en el lugar de todas las mañanas, cuando aún le faltaba cruzar la calle para llegar hasta él. “Suerte que están los de siempre” pensó, mientras observaba la fila de personas que se subía en el vehículo por delante de ella, y que le daban unos segundos de margen para llegar corriendo, fatigada, a darle los buenos días al conductor. Una sonrisa se dibujaba en su cara, la misma cara que minutos antes había tirado el despertador por el suelo, malhumorada al escuchar su estridente sonido.
Las paradas se sucedían una tras otra, monótonas, como las nubes que empañaban el amanecer. Siempre era lo mismo, cada día era una copia del anterior, con precisión milimétrica todo ocurría de la misma manera, el chirrido de los frenos al llegar al destino, la papelera en la que tiraba el billete antes de entrar al hospital, la puerta giratoria que a veces se quedaba bloqueada, la marabunta de gente que esperaba a que le sacasen sangre, la sala de reuniones aún vacía, el despacho lleno de papeles que nadie o casi nadie se preocupaba de limpiar.
(…)
(Imagen tomada de pixabay.com)
Cada día es una copia del anterior, sólo la sonrisa introduce una variación y la imaginación un final distinto. Un abrazo.
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