«Por primera vez en su vida,

Alba sintió la necesidad de ser hermosa y lamentó que ninguna de las espléndidas mujeres de su familia le hubiera legado sus atributos, y la única que lo hizo, la bella Rosa, sólo le dio el tono de algas marinas a su pelo, lo cual, si no iba acompañado de todo lo demás, parecía más bien un error de peluquería. Cuando Miguel adivinó su inquietud, la llevó de la mano hasta el gran espejo veneciano que adornaba un rincón de su cámara secreta, sacudió el polvo del cristal quebrado y luego encendió todas las velas que tenía y las puso a su alrededor.

Ella se miró en los mil pedazos rotos del espejo. Su piel, iluminada por las velas, tenía el color irreal de las figuras de cera. Miguel comenzó a acariciarla, y ella vio transformarse su rostro en el caleidoscopio del espejo y aceptó al fin que era la más bella de todo el universo, porque pudo verse con los ojos que la miraba Miguel».

La casa de los espíritus, Isabel Allende

 

(Imagen tomada de pixabay.com)

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

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