– Oh, vaya, ahora parece que vuelo un poco más rápido- pensó Niebla.
Hacía cuarenta y ocho horas que había nacido, en un país luminoso y lleno de palmeras y colores vivos. Desde abajo le llegaban sonidos de salsa y merengue, y podía ver montones de personas caminando como hormiguitas alrededor del mercado callejero de la ciudad, formando un desorden de direcciones y sentidos. En algunas esquinas, parejas de bailarines improvisados se entregaban a los acordes de los instrumentos y al ron. El aire era cálido y olía a mar. Las gaviotas bailaban alrededor de ella, unas veces la rodeaban y otras la traspasaban, y ella se sentía complacida de tener su compañía.
De pronto, pasó a su lado alguien a quien había conocido unos minutos antes, y a quien había perdido de vista. No era como ella, tenía un color ceniciento, era más oleoso, y ciertamente no olía demasiado bien. Niebla no lo sabía, pero, a pesar de su parecido, pertenecían a especies diferentes.
– ¿Qué tal, Niebla?- le preguntó Noir, que así se llamaba- pensé que no te volvería a ver.
– Bueno, me da un poco de pena marcharme de este país. Creo que lo voy a echar de menos. Es todo lo que he visto en mi vida- respondió Niebla, con un atisbo de tristeza en su voz.
– No es fácil abandonar la tierra en la que uno nace- contestó su amigo. – Yo también echaré de menos el barullo de los coches y camiones, el olor de las gasolineras, y los rostros de la gente arrugándose a mi paso. Pero estoy seguro de que el viaje que vas a hacer te va a encantar. No conozco a nadie que piense lo contrario.
– Eso espero- dijo Niebla, intrigada por las palabras que acababa de escuchar.
Una racha de viento llevó a Noir varios metros más arriba, y Niebla le perdió de vista. Le dijo adiós con un gesto de una de sus pequeñas y ligeras manitas, pero Noir ya no contestó. Se había esfumado.
Poco a poco se fue haciendo de noche. La lámina plateada que dibujaban las olas por debajo de sus pies cada vez se veía más oscura, y fue perdiendo de vista la isla caribeña en la que había nacido, hasta que esta se volvió imperceptible. Un reguero de estrellas iluminó el cielo. Niebla sintió que el viento cada vez la empujaba más fuerte, y se notó crecer y hacerse pesada. Reprimió el impulso de encogerse, sentía frío. Empezó a oír crujidos en su piel, al tiempo que se elevaba cada vez más y más. Supo que esos crujidos eran provocados por el hielo, aunque nunca hubiera imaginado que se sentiría así cuando oía las historias de los mayores. Deseó que volviera el día, saludar de nuevo al Sol, quien se había ido tras su espalda.
Pasaron varias horas, y poco a poco empezó a ver de nuevo la claridad, esta vez le llegaba de frente.
– ¡He crecido mucho!- se dijo al verse. Había cambiado mucho, verdaderamente.
Se sintió feliz al ver que por fin se hacía de día otra vez, pero en especial lo que la alegró fue ver que muchas de sus hermanas se encontraban con ella, y que cada vez se acercaban más. Todas habían crecido mucho. El viaje había sido fructífero.
– Te he echado de menos, Niebla, ¿qué tal te encuentras?
– ¡Hola, hermana, déjame darte un abrazo!
– ¡Por fin volvemos a encontrarnos!
– ¡Estás enorme!
– ¡Y tú hermosa!
Había un jolgorio impresionante, y una de ellas empezó a tirar fuegos artificiales, que estallaban con un estruendo enorme e iluminaban todo el cielo, calentando el aire a su alrededor. Pronto fue seguida por más de sus hermanas, y todo se convirtió en un espectáculo de luz y ruido. Niebla olvidó el frío que había pasado, y tuvo que contener la respiración al ver un enorme pájaro metálico pasar cerca de ellas, tratando de evitarlas. Ciertamente, sus fiestas no eran aptas para todos los públicos.
Después de descargar su alegría durante un rato, se sintieron cansadas. Habían adelgazado mucho con tanto baile. Pero el viento seguía empujándolas. Niebla miró enfrente, y pudo ver entre los rayos de Sol el horizonte. Otra vez había tierra bajo sus pies. Unos vencejos la recibieron, volando alto. Las copas de los pinos más altos de una montaña le hicieron cosquillas en la barriga, y Niebla y sus hermanas comenzaron a llorar de la risa.
– Tenía razón Noir- murmuró Niebla- este viaje ha sido impresionante. ¡Me lo he pasado genial!
Cerró los ojos y escuchó el sonido de las risas de sus hermanas, cada vez más tenues. Ella misma se sintió desaparecer al tiempo que caía, pesada, cada vez más rápido, hacia el suelo. Una última sonrisa de satisfacción se dibujó en su cara antes de ser bebida por un oso que se bañaba en el río.
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