Al otro lado

– Corre, o llegaremos tarde – dijo Pascual.

Marina no podía entender por qué cuanto más rápido trataba de caminar, su cuerpo cada vez se movía más despacio. No quería enfadar a Pascual por enésima vez en ese día, así que decidió probar un truco que había leído tiempo atrás en un polvoriento libro de ciencias, y empezó a arrastrar los pies fingiendo un gran cansancio. Se llevó una sorpresa al ver que los edificios empezaban a pasar cada vez más rápido, y de repente se había hecho de noche. Una senda de estrellas brillaba en el cielo donde, instantes atrás, había lucido un sol extrañamente intenso para tratarse del mes de enero.

-Querida, eres incorregible, nunca haces las cosas a mi gusto. No has aprendido nada de mí en estos meses- gruñó Pascual de nuevo, caminando despacio, muy despacio, intentando alcanzarla- sabes que me encanta la puntualidad, y por tu culpa, llegaremos tarde de todas formas, porque ahora tenemos que esperar a que sea de día otra vez, o bien encontrar el paso exacto en que las horas cundan como segundos.

– Pero, ¿cómo se consigue eso? – preguntó Marina, sorprendida- ¿es posible adelantar y atrasar el tiempo a voluntad?

– Por supuesto que sí, chica- dijo un relojero en quien no habían reparado- nuestro gremio conoce el secreto desde los albores de la vida- pero no te lo revelaré, has de encontrarlo por ti misma.

Marina miró al extraño hombrecillo, que estaba fumando una pipa de la que salía un humo verdoso a la puerta de su negocio, una relojería en cuyo escaparate había múltiples ejemplares de relojes: de pulsera, de bolsillo, analógicos, digitales… con la peculiaridad de que cada uno de ellos marcaba una hora distinta.

– ¿Y dónde puedo encontrar ese secreto? – interrogó Marina, quien empezaba a impacientarse- ¿es posible que tenga relación con el ritmo al que camino? Antes me he dado cuenta de que, si camino más despacio, el tiempo pasa más rápido. Es todo lo que se me ocurre.

Pascual y el relojero compartieron entonces una sonora carcajada, penetrante, interminable. De repente se había hecho de día otra vez, lo cual confirmaba que su suposición sobre el ritmo de las pisadas y el paso del tiempo no era del todo cierta. Marina intentó decirles algo, pero ellos no dejaban de reírse. Sintió entonces una especie de presión en la cabeza, algo que le apretujaba y no le dejaba respirar. Cerró los ojos, tratando de evadirse de esa sensación. Total, ya era imposible que no llegasen tarde a la cita con el sastre que les habría de fabricar sus trajes de graduación.

Cuando abrió los ojos de nuevo, ya no estaba en la calle, y Pascual y el desagradable relojero con quien se había conchabado para burlarse de ella habían desaparecido. Decidió entonces que el próximo curso cambiaría de compañero de piso. No terminaba de entenderse con Pascual, a pesar de que le gustaban la ropa y los chicos casi tanto como a ella.

Entonces reparó que se encontraba en la sucursal del banco donde tenía sus ahorros. Era la última de la cola. Las tres chicas que había delante eran sus mejores amigas: Nerea, Sofía y Noelia. Al verla allí, las tres se giraron para saludarla.

– Hacía mucho que no te veíamos por aquí- dijo Sofía- pensábamos que habías dejado la carrera.

– ¡Si hemos estado juntas ayer por la tarde en la biblioteca! – exclamó Marina, aunque ya no estaba tan segura de que hubiera sido el día anterior, a tenor de lo raro que pasaba el tiempo últimamente.

– ¿Has pensado qué vas a pedir? – le preguntó Nerea- es nuestro turno.

– Supongo que sacaré 100 euros o así, para lo que queda de mes.

Sus amigas empezaron a reír ruidosamente. El hombre del mostrador las miró inquisitivamente.

– Cuatro cafés como los de siempre- pidió Noelia.

– ¿Café? ¡Si estamos en el banco! – se excusó Marina- he visto a la gente salir con sus tarjetas y sus cartillas de ahorro, ¿qué está pasando?

Sintió que se mareaba, y todo se tornó brumoso de nuevo. El casco que le oprimía la cabeza volvía a estar ahí, vio luces de colores, y empezó a oír su nombre. Alguien la agitaba.

– Marina, despierta, ¡llegamos tarde a clase! ¡vamos, arribaaaaa!

Pascual estaba delante de ella, con una taza de café humeante en la mano.

(Imagen tomada de pixabay.com)

Publicados
Categorizadas como Historias

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

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