Rar@s, pero achuchables

Un trébol de cuatro hojas es un prodigio de la naturaleza. Se calcula que nacen uno de cada diez mil. Encontrarlo no es nada sencillo. Lo normal es que los tréboles tengan tres hojas, que para eso se llaman así. Es tan raro, que al hallazgo de uno se le atribuyen connotaciones positivas: es tu día de suerte, sécalo, plastifícalo y llévalo siempre contigo para que tu vida sea como navegar en una balsa de aceite.

Hay muchas cosas raras en el mundo, no sólo los tréboles de cuatro hojas. Tener trillizos de forma natural. Comprobar el décimo de la lotería, y que te salga en la pantalla un mensaje diferente a “no premiado”. Encontrarte con alguien a quien hace años que no ves, justo hoy, que sin saber por qué, pensaste en esa persona mientras removías el café del desayuno. Conocer al amor de tu vida en tiempos pandémicos. Que la tostada caiga por el lado por el que no está untada. La proporción áurea. Saturno y sus anillos. El gatito blanco de la camada de gatitos marrones. Las auroras boreales. Un viaje improvisado a mitad de semana sin un destino premeditado. Las geodas gigantes. Perder en el último segundo el vuelo que se estrellará pocos minutos después. El universo, que nadie sabe exactamente qué es, ni quién lo puso aquí.

Y todas esas cosas nos parecen maravillosas. Rompen la monotonía de la vida, siempre tan igual, tan previsible, a veces tan anodina que los días y los paisajes se nos escapan como arena entre los dedos de las manos.

Pero, por alguna extraña razón, no pasa lo mismo si lo raro, lo peculiar, tiene forma humana: dos piernas, dos brazos, con sus respectivas manos y pies, una cara, pelo (o no) en la cabeza, un tronco con más o menos grasa, y camina en posición bípeda.

Ser una persona peculiar no es sencillo en un mundo que, por momentos, parece enloquecer de hipocresía. Nos jactamos de ser cada vez más tolerantes con los diferentes: acogemos con los brazos abiertos a minorías étnicas, a distintas razas, distintas religiones, colectivos LGTBI, discapacitados, feos, flacos, obesos, introvertidos, Aspergers… pero, (y esto es una opinión personal), esa tolerancia existe siempre y cuando todas estas personas vivan o trabajen en otro sitio que no sea el nuestro.

No quiero generalizar, por suerte esto no ocurre en el 100% de los entornos, ni con el 100% de la gente. Por supuesto que no. Hablo de mi experiencia, que es absolutamente personal y subjetiva. Ya he caminado una parte de mi paseo por este mundo, y estoy convencida de que a la mayoría de la gente que se le pregunte qué sensación le causa alguien peculiar (y ya no hablo de alguien que pertenezca a otra raza, o a otra religión, a otro colectivo, sino de una persona que, por lo que sea, por algún rasgo físico o de personalidad, se sale de lo habitual), responderá que “le respeta, y que todos somos iguales, y que blablablá”. Pero también estoy convencida de que, en lo más profundo del alma de mucha de esa gente comprensiva, brillará un rescoldo de “pero prefiero ser alguien normal, si me das a elegir”.

Hablo con conocimiento de causa. Yo misma soy alguien peculiar. Siempre ha sido así. Desde mi más tierna infancia, he sido alguien que se expresaba a su manera, con sus palabras, con su entonación (o prosodia, llamadlo como queráis), con su apariencia física (sobre la cual escribí este artículo hace tres años: Espejito espejito, ¿quién es la más hermosa?), con sus actitudes a veces incomprendidas por los demás (aunque puedo asegurar que siempre obedecían a alguna reflexión muy elaborada), con su tendencia a estar en las nubes, con sus objetivos diametralmente opuestos a los de una buena parte de su generación, con su resistencia a vivir una vida normativa, la vida de todo el mundo. Sin tener ninguna enfermedad ni discapacidad (algo por lo que doy las gracias), sin ser de ningún colectivo LGTBI, ni de otra raza o etnia… nunca he sido normal. No sé cómo explicarlo en un artículo escrito. Creo que la gente que me conoce, que me ha visto en persona, sabe de lo que hablo.

Durante años, me peleé con mi peculiaridad. No la aceptaba. Intentaba ser como los demás. Intentaba hablar como ellos. Intentaba que me gustasen las mismas cosas. Intentaba ser lo que se supone que había que ser, no ser el clavo que sobresalía, para no llevarme todos los golpes. Fui a psicólogos que me decían que no me pasaba nada. Sufrí ansiedad, soledad, incomprensión, e incluso me llegué a odiar a mí misma.

Por suerte, todo esto cambió. No es que cambiara mi peculiaridad, porque esa no va a cambiar, nací con ella y moriré con ella. Mi forma de hablar es mía. Mi forma de caminar es mía. Mi apariencia es mía. Mis palabras son mías. Mis aciertos, al igual que mis errores, son míos. Como hablaba en el artículo que escribí sobre la belleza física que antes referencié, lo que ha cambiado es mi actitud. Me sigue pareciendo tremendamente injusto sentirse mal (o que te hagan sentir mal) por algo que, a la postre, uno no ha escogido. Nadie ha escogido sus características externas, su belleza o fealdad, ni su forma de caminar, de hablar, de actuar, o las afinidades que tiene con el mundo y la vida. Todos tenemos la responsabilidad de ser nuestra mejor versión, pero siempre desde el máximo respeto hacia lo que somos.

Espero que esa aceptación de la que cada vez presumimos más, esa acogida hacia los diferentes, empiece a ser la realidad al 100%, y no solo una impostura. Espero que empecemos a ser conscientes de verdad de que, a lo mejor esa persona que hace las cosas más despacio en su trabajo, no es que no sepa hacerlas, sino que aún no confía en sí mismo, porque nadie lo ha hecho nunca, y por eso duda. Que esa chica que se pinta el pelo de colores no está loca, sino que trata de poner un poco de alegría en su vida, porque hace mucho que camina a oscuras. Que ese que emplea a veces palabras rimbombantes es un apasionado de las lenguas, y no un pedante. Que esa otra que ves entrar por la mañana con cara larga en tu oficina no es que sea una amargada, sino que tiene la mala costumbre de reflexionar demasiado sobre las injusticias, y por eso a veces la vida se le hace bola. Que toda esa gente es gente que sufre, que sueña, que odia madrugar, que no come todo lo sano que debería, que tiene miedo, que se siente a veces sola, que piensa en lo que no debe y se enamora de la persona equivocada. Como todos. Exactamente igual que todos.

Y a todos los peculiares, mi consejo: sed vuestra mejor versión, pero pasead con orgullo vuestra peculiaridad por el mundo. Reivindicad vuestra peculiaridad. Protegedla. Qué aburrido sería todo, de no ser por vos(nos)otros.

Como decía Kurt Cobain: “Ellos se ríen de mí por ser diferente, yo me río de ellos por ser todos iguales”.

(Imagen tomada de pixabay.com)

Publicados
Categorizadas como Opinión

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

7 comentarios

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: