Campeones… o no

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—Buenos días. Tome asiento, Rafael. Dígame qué le ocurre.

Rafael titubeó y se quedó de pie ante la mesa del médico. Por fin iba a contarle su problema a alguien. Notaba una sensación rara, entre alivio y vergüenza. Dubitativo, se sentó y miró al doctor Palermo.

—Verá… no sé muy bien por dónde empezar… el caso es que tampoco sé si usted es la persona apropiada… tal vez debería haber llamado a un psiquiatra… —Rafael se frotaba las manos sudorosas, y miraba a todas las paredes de la consulta como si hubiera en ellas duendecillos escondidos que le estuviesen observando.

El Dr. Palermo intentó tranquilizarle.

—Bueno, en todo caso, ha hecho usted bien en venir aquí, porque quien decidirá a qué especialista ha de enviarle seré yo, que para eso soy su médico de cabecera. Cuénteme qué le pasa.

Rafael suspiró, se secó las palmas en los pantalones y las colocó acto seguido encima de la mesa.

—Pues a ver… la cosa es que hace ya varios meses que no duermo bien.

—¿Le cuesta conciliar el sueño, o se despierta y no puede volver a dormirse?

—Más bien lo segundo. Me despierto todos los días, sin faltar uno, a las cuatro y treinta de la madrugada. Y se acabó. Ya no duermo más hasta que suena el despertador a las siete.

El Dr. Palermo tecleó en el ordenador la queja de su paciente, y le miró a través de sus lentes de cerca.

—¿Está usted preocupado por algo? ¿Algún cambio en su vida? ¿Estrés laboral?

—Oh no, no, nada de eso. Todo bien, gracias a Dios.

—¿La familia qué tal? Hace mucho que ni tu mujer ni tus hijos vienen a verme tampoco.

—Como siempre. El mayor ya empieza el año que viene la universidad. Una ingeniería quiere hacer, pero todavía no tiene claro cuál.

El Dr. Palermo asintió, y continuó con su interrogatorio.

—¿Practica usted buenos hábitos de sueño? Ya sabe, no cenar copiosamente, nada de alcohol ni cafeína a partir de la tarde, acostarse siempre a la misma hora…

—Sabe bien que sí. Yo siempre he dormido como un bebé. Para mí, el sueño es todo un ritual. Desde que era niño.

—Está bien. ¿Y el resto del día qué tal se encuentra? ¿Echa siestas?

—Pues por el día bien, todo normal. Siestas nada, nunca he sido de siestas y sigo siendo así. Dormir por el día me parece una auténtica pérdida de tiempo.

—Estupendo. Parece insomnio de terminación, sin ningún desencadenante concreto. Verá, Rafael, este tipo de insomnio suele estar provocado por un tipo de depresión que es la depresión melancólica, ¿se encuentra usted más triste de lo habitual? ¿Más falto de energía e ilusión que de costumbre?

Rafael se lo pensó unos segundos.

—Hombre, si tiene en cuenta que llevo meses durmiendo tres o cuatro horas diarias, pues bueno, algo más cansado sí que estoy. Pero vamos, nada preocupante.

—Bueno, si le parece bien, le voy a realizar una analítica de sangre para cerciorarme de que todo está en orden, ¿de acuerdo?

Rafael se mantuvo en silencio unos instantes. Sus pupilas se volvieron a dirigir alternativamente a todas las paredes de la habitación, de una a otra, como si fueran chispas. Se volvió a secar las manos en los muslos, y carraspeó.

—¿Todo bien, Rafael? ¿Hay alguna cosa más que no me haya dicho?— dijo el doctor, al percatarse del nerviosismo de su paciente.

Rafael volvió a carraspear, y se pasó una mano por la calva perlada de gotitas de sudor.

—Hum…bueno, en realidad…sí, hay algo que no le he dicho.

—Adelante.

—Verá, Dr. Palermo. Es que es alguien el que me despierta a las cuatro y treinta.

—¿Quién? ¿Algún vecino haciendo ruido?

Los ojillos ratoniles de Rafael se achicaron aún más.

—No me tome por loco, por favor se lo pido.

El doctor empezaba a impacientarse.

—Claro que no le tomaré por loco. ¡Cuéntemelo todo!

Rafael, ya con los párpados totalmente cerrados, como si estuviera en trance, siguió hablando.

—Todas las noches, a esa hora, empiezo a oír ruido de vuvuzelas, y ya sé que está ahí otra vez. Siempre es la misma secuencia. Oigo vuvuzelas, miro el reloj, las cuatro y treinta. Me levanto, asomo por la ventana del salón, y ahí están todos. Hay un estadio de fútbol que puedo ver desde ahí, pero… yo vivo en una calle peatonal. ¡Es absurdo! Entonces, el ruido cada vez va siendo más atronador, a las vuvuzelas se les unen bombos, pitos, y gente coreando himnos de equipos.

El Dr. Palermo se había bajado los lentes, y miraba a Rafael con la boca un poco abierta. Sus dedos, sobre el teclado, habían dejado de moverse.

—Entonces, aparece él. Y me dice: “Ya es la hora, Rafael. La portería es tuya”. Y otra vez, tengo que ponerme de portero y jugar el partido, quiera o no quiera, tenga sueño o no. El primer día me negué, le dije que madrugaba para ir a trabajar. Pero no me hizo caso. Tuve que parar todos los goles. Todos los que pude, claro. Que todas las noches, sin excepción, mi equipo pierde el partido. Soy un poco paquete, o ellos demasiado buenos. La cosa es que él dice que hasta que mi equipo no gane, no me dejará dormir, y seguirá viniendo con su maldito partido de fútbol todas las noches. —Rafael empezó a lloriquear.—¡Es horrible doctor! ¡Tiene que ayudarme! ¡Yo sólo quiero poder dormir por las noches, como la gente normal!

El Dr. Palermo estaba ya totalmente boquiabierto. Las gafas le habían resbalado hasta la punta de su afilada nariz. Se las subió con un dedo, y, tratando de mantener la compostura, preguntó:

—Pero, ¿quién es él?

Rafael lloraba.

—¡El espíritu de Diego Armando Maradona! ¿Por qué me hace esto? ¡Fui su mayor fan en vida, y ahora que está muerto, ha decidido joderme el descanso nocturno! ¿Por qué a mí? ¿Por qué?

—Bueno, tranquilícese, Rafael. No había hablado esto con nadie, ¿verdad? Tenía razón, voy a rellenar una petición de interconsulta a Psiquiatría. Verá cómo todo se soluciona.

Publicados
Categorizadas como Historias

Por Lucía González Rodiño

Comparto reflexiones e historias que quizá no se deberían compartir. Fragmentos de locura que apaciguan minutos. Ecléctica, porque cualquier cosa es susceptible de ser transformada en palabras. Y de la nada, puedes aprender de todo.

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